sábado, 23 de julio de 2011

Fuga de muerte






Leche negra del alba te bebemos de tarde
te bebemos al mediodía y en la mañana
te bebemos de noche
bebemos y bebemos
cavamos una tumba en el aire
donde no estamos encogidos
Un hombre vive en la casa
juega con las serpientes
escribe cuando oscurece a Alemania tu pelo de oro Margarete
escribe y sale de la casa
y brillan las estrellas y silba a sus perros
silba a sus judíos
y los manda a cavar una tumba en la tierra
y nos ordena ahora toquen para bailar

Leche negra del alba te bebemos de noche
te bebemos de mañana y al mediodía
te bebemos de tarde
bebemos y bebemos
Un hombre vive en la casa
y juega con las serpientes y escribe
y escribe cuando oscurece a Alemania
tu pelo de oro Margarete
tu pelo de ceniza Sulamith
cavamos una tumba en el aire
donde no estamos encogidos
Grita
caven más hondo canten unos toquen otros
y empuña el acero del cinto
lo blande
sus ojos son azules
hundan más hondo las palas
toquen unos bailen otros

Leche negra del alba te bebemos de noche
te bebemos de mañana y al mediodía
te bebemos de tarde
bebemos y bebemos
un hombre vive en la casa
tu pelo de oro Margarete
tu pelo de ceniza Sulamith
un hombre juega con serpientes
Grita toquen más dulce la muerte
la muerte es un maestro de Alemania
y grita toquen más oscuro los violines
luego ascienden al aire
convertidos en humo
sólo entonces tienen una tumba en las nubes
donde no están encogidos.

Leche negra del alba te bebemos de noche
te bebemos al mediodía
la muerte es un maestro de Alemania
te bebemos en la tarde y de mañana
bebemos y bebemos
la muerte es un maestro de Alemania
sus ojos son azules
te alcanzan sus balas de plomo
te alcanzan sin fallar
un hombre vive en la casa
tu pelo de oro Margarete
lanza sus mastines contra nosotros
nos regala una tumba en el aire
juega con las serpientes y sueña
la muerte es un maestro de Alemania
tu pelo de oro Margarete
tu pelo de ceniza Sulamith.






Paul Celan





lunes, 18 de julio de 2011

¿Qué luz extraña, dime, ha poblado este cuerpo...












¿Qué luz extraña, dime, ha poblado este cuerpo
repetido en portales, escaparates, brumas,
ingenuo paseante de la ciudad, hermano,
caminante del mismo aturdimiento
que estos siglos de expolio pusieron en los ojos,
qué luz extraña, dime,
hay en la soledad y en la memoria?

Así nos fuimos viendo nítidamente fríos,
enfrentados,
de una margen a otra de la calle en ruinas,
con la clarividencia de los obreros viejos
que abanderan los pasos del taller a la muerte
aprendiendo el futuro.

Sobre nosotros pasan los balcones cerrados,
las farolas con frío,
los aleros mellados y este viento,
como un enjambre inhóspito,
y la piel de la tierra huele a ropa quemada,
mas tiritan los huesos
y hay tan sólo el calor de la sangre que alumbra
desde el abrazo grande de tu fuerza y la mía.

Es cierto que la historia
nos condenó a las calles ateridas
y no el azar que llega maldito restallando.

¿Qué luz extraña, dime,
hay en la soledad y en la memoria?
Hoy supimos, mirándonos las manos,
a pesar del estrago y las ojeras mustias,
al fin reconocidas,
que siempre es tarde, siempre, para volver a casa
como se vuelve al sitio de las túnicas rotas,
de las máscaras frías,
del polvo atrincherado,
de los andrajos de la luz.





Javier Egea






viernes, 8 de julio de 2011

Zaragoza amarilla












Yo te amaba en la ceguera de mis octubres
de pantalón corto,
todavía no alzado al recinto durísimo
de tus dientes,
casi desatendido por tus vientos y escarchas
cuando aquellos primeros cigarrillos quemados
-craven a; navicut-
torpemente a escondidas
en los descansos del cinema iris con culo de madera,
cuando en los silenciosos atardeceres misérrimos
penetraban los trenes
mugrientos con hollín y estraperlistas,
cuando la muchedumbre
se apretujaba arriba abajo de los porches con miedo
y la felicidad de los domingos
era magnificada
con frituras de calamar y rosarios de sombra.

entonces
un casi imperceptible hedor
de crisantemos agridulces y diques
descendía
por entre las barcazas del canal imperial
de aragón,
las reciénestrenadas viudas de guerra
contemplaban tristísimas el mear de sus perros
hambrientos
y un ala gigantesca fantasmal silenciosa
nos tapaba los ojos haciéndonos ¿felices?

yo había confiado
todas las puras posesiones de mi corazón,
todos los vasos de mi frágil cristal instantáneo,
todas
las pobres riquezas de mi universo apenas reprimible,
a la oquedad supuestamente maternal y cálida
de tus brazos,
a la vigilancia forzosamente sospechada dulce
de tu cielo vacío.

una tremenda oscuridad
cayó de pronto agrietando las murallas
y el coso se enramó de procesiones
como venas urgentes,
soterradas algarabías triunfalistas
con los ojos pintarrajeados de un violento violeta
escandalosamente funerario.

todo lejos.



Julio Antonio Gómez



viernes, 1 de julio de 2011

Las quinceañeras









Las quinceañeras
que yo deseé cuando tenía quince años

las tengo;
es muy agradable

nunca es demasiado tarde;
os recomiendo a todos
que os hagáis ricos y famosos.







Leonard Cohen





(traducción de Antonio Resines)