lunes, 26 de septiembre de 2011

PARIS-BEURET






En las sucias casas
de una calle de París
hay una aún más sucia,
se me cae el alma
de sólo nombrarla,
allí trabajo yo
escribiendo papeles.
En una sucia oficina
me aburro trabajando,
no salgo hasta las seis.

Los compañeros de trabajo
somos grandes amigos;
cada mañana me saludan
sin decir palabra, pues me quieren
como a Dios el diablo.
Hablan al modo de los cuervos
—coa, coa, coa, coa—
siempre mal del otro:
ligeras son las lenguas
de mis compañeros de trabajo.

Me levanto a la mañana temprano
y voy al trabajo... a rastras...
cada vez que entro allí
se me cae el corazón
al oír a todas esas
malvadas viejas,
trabajando la fama ajena,
echando pus por la boca;
no paran de hablar
desde la mañana.

Las mujeres de la oficina,
lo mismo las gordas que las flacas,
todas son feas.
Uno huiría de ellas
espantado, si pudiera...
Yo tengo que aguantarlas
—y eso es lo que me aflije
durante todas esas largas horas—
(¡yo, un hidalgo vasco!)
¡Oh, mujeres del demonio!

Procuro mirar al cielo
aunque ello me aflije aún más,
al darme cuenta
de que debo continuar allí.
Pero, para ahuyentar mis penas
me pongo a escribir versos,
muchos hermosos versos vascos,
—que es lo que me gusta—
me aplico en ello hasta las seis.

Así, en una oficina
rodeado de parlanchinas
paso los horas,
paso los días,
se me cae el alma
sólo el nombrarlas.
Cada día más loco
emborronando papeles con la pluma
en la querida oficina de Beuret,
en una calle de París...




Jon Mirande


Traducción: Felipe Juaristi / Koldo Izagirre
Versión original: PARIS-BEURET