jueves, 22 de noviembre de 2018

La vida en la calle







La vida en la calle

En mi infancia, la vida en la calle era fundamental, por ella, mi mundo pequeño recibía todas las noticias nuevas, conocía seres increíbles de los que son esenciales en los cuentos y que te hacen crecer la imaginación.
Ya era curioso como en la casa de mi abuela, durante años, venían a dormir afiladores, varios de ellos, todos gallegos, que se deslizaban por Castilla hasta Aragón montados en sus bicicletas y que a la hora de la fresca, en las noches de verano, con su voz llena de música y mientras se liaban sus cigarrillos de caldo, me contaban historias que siempre parecían sacadas de su fantasía, llenas de bruma y lluvia…estos pasaban por las calles como lo hacen ahora, con su bicicleta llevada de la mano, sin decir nada pero silbando como entonces su chiflo y resonando en toda la calle su entrañable aviso.
Pero también pasaban, de vez en cuando, vendedores de olivas negras relucientes de su propio aceite, las cuales traían en los brazos con sus capazos de cáñamo y que vendían con la medida de pequeños cubiletes….me encantaba comer esas olivas con pan para merendar.
Un personaje inolvidable y a la vez que nunca he vuelto a ver en otro sitio era un hombre que gritaba "el madrilleroooo" y que vendía pescado de río, él tenía el toque exótico de cargar los peces en grandes platos que transportaba como los chinos.
También era curioso ver en mitad de la calle varear colchones, escuchar los golpes a la lana apelmazada y verla crecer de nuevo como un milagro.
El último que recuerdo era el personaje más misterioso, el que arreglaba los paraguas y estañaba los viejos cacharros de cocina, no sé si era siempre el mismo pero su apariencia sí, una especie de viejo buhonero, mal encarado, que carraspeaba con su voz grave y sus pies envueltos en grandes zapatos muy usados, gritando desde lejos su trabajo…"estañador, paragüero"…siempre dejando un tono de amenaza con su figura oscura y sudada.


Pocas veces vuelvo a mi pueblo y menos a subir por esas calles empinadas y con casas vacías llenas de tristeza, pero tengo en la memoria esas voces y sonidos con un eco que nunca se acaba de escuchar.

f.




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