No tuve entre mis labios todos tus pecados,
aunque pronuncié cada uno de los verbos que nacían de tu boca,
ese lado del hielo que pusiste tan cerca de la orografía de las emociones.
Tus besos traían rosas marcadas, flechas con imperativo de veneno,
mientras rodeabas la cama con las luces de las velas,
el tálamo donde la batalla solo consumaba una derrota.
Supe rendirte tantas veces como perdí entre tus brazos.
Las señales de tu espalda siempre me dijeron de tu vida de pájaro.
Cuando te recuerdo miro al cielo,
quiero tentar de nuevo y devorar otro ángel caído.
f.
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