Ha parado de llover en Milán.
Malpensa está silencioso, expectante,
lleno de charcos que reflejan la oscuridad de la noche.
No tengo conexión,
y es tan tarde que es posible que ella esté durmiendo.
Cómo se nota la lejanía y esa ausencia de “post-it” rosas
con que me inunda el espejo del baño.
Es sencillo diversificar las emociones,
saber que hemos dejado abierta la puerta de la casa
y que la compra, por ejemplo, no es sólo una labor tuya,
aunque resuene extraño en su cabeza
el cuarto y mitad de queso de gruyere suizo
y las cervezas Beck’s de lata.
Aprendemos lentamente y me mira
como si todas las madrugadas fuera uno nuevo,
un extraño abrigándole el deseo.
f.
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